domingo, 5 de noviembre de 2017

El vacío




Desde muy temprana edad la idea de vacío causó en mí un gran estupor. Recuerdo ser apenas una niña y sentarme en la oscuridad contemplando hacia ninguna parte. La oscuridad me aterraba. No porque imaginara alguna clase de criatura extraña que fuese a aparecer sino por la oscuridad propiamente dicha. El "no ver", el "no sentir". El silencio. Todas estas sensaciones me incomodaban al punto tal que me largaba a llorar desconsoladamente y acudía a mi madre quien (ya acostumbrada a estos episodios) me tranquilizaba acariciándome la cabeza repitiendo "todo está bien".
Confieso que en ese entonces la angustia era intermitente. Aparecía y desaparecía de forma arbitraria y sin ninguna explicación.
Conforme fui creciendo esa angustia existencial se transformó en preguntas y en búsqueda.
El miedo por "el vacío", "la nada" o "el fin" nunca desapareció completamente y aunque ahora sea una adulta que ha aprendido a controlar sus sentimientos y no llorar frente a la contingencia de lo incierto, cada tanto emerge en mí ese sentimiento de solemnidad frente a la falta de sentido. Frente a la falta de respuesta a la pregunta de: ¿Quiénes somos? ¿Qué es "ser? ¿Que es la "nada"? ¿Como se nos presenta? ¿Cuál es el límite de "lo real"?