martes, 25 de julio de 2017






No puedo describir aquella experiencia. Simplemente sucedió.
Allí estaba parada en la mitad de la nada. El viento arrastraba
pensamientos ajenos que se precipitaban a mí de forma violenta.
Había un limonero que se sacudía con vehemencia.
Ese que alguna vez perteneció a un viejito misterioso, ausente.
Un señor que nunca ví salir de su casa. Un solitario, un alma introspectiva.
El invierno pasado me enteré que falleció. Rápidamente un camión de mudanzas
vino en búsqueda de sus posesiones.
Hay algo extraño en la presencia/ausencia de seres que nunca vimos pero imaginamos.
De cualquier forma ese día estaba allí parada, cerca de ese árbol que alguna vez le perteneció
y no pude evitar pensar en él. En su soledad. En su abandono. En su frugal estilo de vida.
Son preguntas que me hago mirando ese árbol que conforme se agitaba en ese día nublado y ventoso traía magnéticamente hacia mí preguntas sobre un ser que quizás pasó desapercibido demasiado tiempo de su vida. Un ser que buscaba  manifestarse, decirme algo. Hacerme saber de su paso por el mundo.

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